Ricardo
Alberto Barreda, un simple odontólogo de 58 años que vivía en la ciudad de La
Plata, se convirtió en uno de los asesinos más famosos del país tras matar sin
piedad y premeditadamente a su mujer, sus dos hijas y su suegra. Esta persona
despierta tanta polémica en los argentinos que algunos lo llegan a idolatrar y
otros a despreciar.
El
odontólogo Ricardo Barreda vivía en su casa de La Plata junto a su mujer,
Gladys McDonald de 57 años apodada Beba,
sus dos hijas, Cecilia de 26 (odontóloga como su padre), y Adriana de 24 años
(quien era abogada y escribana) y su suegra, Elena Arreche, de 86 a quien apodaban “Ababa”.
No era feliz, sus hijas no lo respetaban, su mujer ya no tenía sexo con él, su suegra no se llevaba bien desde hacía años y todas lo llamaban "conchita". Conchita tenía un arma, una escopeta de caza marca Victor Sarrasqueta que su suegra le había llevado de regalo de Europa. Nunca la había usado y no lo creían capaz de hacerlo.
El viernes 13 de noviembre de 1992 Adriana se había recibido de escribana, título que sumaba al que ya tenía de abogada. Su hermana Cecilia estaba en plena mudanza, ya que había conseguido un puesto como odontóloga en el hospital de Morón. Ese fin de semana las hermanas Barreda estaban de festejo por esos logros conseguidos y como iban estar las cuatro juntas preparando las cosas para la mudanza de Cecilia, Ricardo advirtió que era un buen momento para efectuar lo que venía planeando hacía rato.
No era feliz, sus hijas no lo respetaban, su mujer ya no tenía sexo con él, su suegra no se llevaba bien desde hacía años y todas lo llamaban "conchita". Conchita tenía un arma, una escopeta de caza marca Victor Sarrasqueta que su suegra le había llevado de regalo de Europa. Nunca la había usado y no lo creían capaz de hacerlo.
El viernes 13 de noviembre de 1992 Adriana se había recibido de escribana, título que sumaba al que ya tenía de abogada. Su hermana Cecilia estaba en plena mudanza, ya que había conseguido un puesto como odontóloga en el hospital de Morón. Ese fin de semana las hermanas Barreda estaban de festejo por esos logros conseguidos y como iban estar las cuatro juntas preparando las cosas para la mudanza de Cecilia, Ricardo advirtió que era un buen momento para efectuar lo que venía planeando hacía rato.
El domingo
15 de noviembre amaneció fresco y nublado, Ricardo Barreda salió temprano a
visitar a Pirucha, una de sus amigas, y regresó a su casa alrededor de las 11
de la mañana. En la cocina se encontraban su mujer y Adriana, quienes ignoraron
su llegada. Se puso su guardapolvo gris que siempre usaba para limpiar las
telarañas de la casa y su mujer le dijo las palabras que harían detonar al
odontólogo: “Andá a limpiar, que los trabajos de conchita son los que mejor
hacés”. La palabra “conchita” no la pudo soportar. Decidió no ir a limpiar sino
cortar la parra, pero cuando fue a buscar un casco que guardaba debajo de la
escalera de la casa encontró la escopeta y fue tan fuerte el deseo de matarlas
que no dudó en hacerlo. Primero apunto contra Beba, el primer disparo dio
contra el brazo izquierdo y el segundo en el pecho. Recargo la escopeta, apunto
hacia Adriana y el primer disparo dio en el cuello mientras que el segundo le
atravesó el pecho. La suegra bajo al escuchar los gritos y disparos, Barreda le disparó primero en el brazo
izquierdo y otra vez en el pecho. Corriendo bajó Cecilia, la hija mayor y su
preferida, pero ni aun por eso Barreda se frenó, dos perdigonadas también la
dejaron tumbada en el suelo sin vida. Después de matar a su familia, dejó los cuatro bultos y se dirigió a Punta Lara
donde arrojó su escopeta desarmada en tres pedazos en un arroyo. De ahí se fue
a un hotel con su amante Hilda sintiéndose libre.
A la noche
llamó a la Policía denunciando un robo seguido de muerte cuando él estaba
ausente. Los policías tras interrogarlo y realizar una breve investigación
supieron que el verdadero asesino era él, Ricardo Barreda, quien finalmente
confesó el cuádruple homicidio y en el juicio además declaró que “Si se
repitieran las mismas circunstancias, volvería a hacer lo mismo”.
El 14 de
agosto de 1993 se lo sentenció a cadena perpetua. El 23 de mayo de 2008 Barreda
salió de la cárcel de Gorina bajo el beneficio de la prisión domiciliaria, se
fue a vivir con su novia Bertha Pochi André en el barrio de Belgrano, en la
Ciudad de Buenos Aires. Finalmente el 29 de marzo de 2011 la Cámara Penal le
concedió la libertad condicional por considerar que el cómputo de tiempo
transcurrido en prisión excedía el de la condena impuesta.
Para conocer más
detalles de este caso pueden leer el libro de Ricardo Canaletti y Rolando
Barbano, El caso Barreda. Cuatro bultos del 2006; también Conchita. Ricardo
Barreda, el hombre que no amaba a las mujeres, de Rodolfo Palacios, editado en
2012.
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